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miércoles, 7 de mayo de 2008

Carta a la Madre de un Toxicomano

No hay drogas buenas y malas, sino usos sensatos o insensatos de las mismas, según el autor, para el que en torno a este interesante equívoco se ha montado un negocio del que se benefician quienes defienden, tratan o reprimen un mal inventado por la prohibición, que florece con el mercado negro y la ilegalización.
Muy señora mía:
Comprendo y comparto sinceramente el sentimiento de impotencia que le impulsa a formar grupos de protesta y manifestarse por las calles pidiendo soluciones para un asunto que empeora cada día. Por eso mismo le propongo detenerse un momento a reflexionar, ya que no conocemos una cosa simplemente por padecerla en nuestra carne, sino cuando llegamos a entender de dónde nace.
A usted, la propaganda oficial le ha dicho que hay, por una parte, "La Droga" y por otra parte las medicinas de la farmacia y por otra los productos vendidos en las tiendas de alimentación y los estancos. Unos llevan a la muerte, otros a la vida y los terceros son cosa distinta.
Me atrevo a sugerirle que ideas de este tipo sólo empiezan a parecer reales cuando decidimos creer en ellas. La heroína, que simboliza hoy el Mal, nos sirve de perfecto ejemplo. Es un opiáceo y el opio fue usado como bendición de Dios por todos los médicos desde hace 4.000 años hasta hace unos pocos.
Sus derivados son, desde luego, drogas de delicado manejo. Fíjese, con todo, que mientras fueron legales no produjeron un sólo caso de sobredosis accidental, mientras ahora matan involuntariamente a cientos de jóvenes cada año; y fíjese también en que mientras fueron cosas decentes, puras y baratas sus consumidores eran gente mayor. Lanzada por la casa Bayer al mismo tiempo que la aspirina(*), su otro gran descubrimiento, la heroína se recomendaba hasta para calmar los nervios y la tos de los niños pequeños.
Querría hacerle ver, señora, que si esa sustancia resulta hoy diabólica es porque algunos venden lucrativamente infiernos a los demás, pero también porque en alguna medida la declaramos diabólica nosotros mismos, que no sabemos vivir sin un Satanás u otro y lo encontramos en terrenos tan neutros como la química. La tragedia ocurre cuando alguno de nuestros hijos —en la edad más difícil, cuando su carácter aún no se ha formado— deciden creer la fantasías de sus padres.
¿Por qué se la creen? Observe que no sólo tiene la fascinación de lo prohibido, sino una triste aunque innegable ventaja. Obtener el estatuto de endemoniados (colgados) les libera de ese aprender a sacrificarse y acumular para otros que marca el comienzo de la madurez, les libera de asumir responsabilidades por los actos propios. Sin darnos cuenta, al aceptar que existiera una sustancia capaz de anular diabólicamente la buena voluntad ofrecimos a nuestros hijos una coartada y un papel. Coartada para la falta de virtud y papel para la falta de paradero.

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