Cuando un paciente me consulta, imagino tres puertas. Cada una de ellas tiene una llave y entre ambos, debemos aprender a abrirlas.
La primera puerta la llamo LA ACTITUD DE CURACION.
En ella el camino a desarrollar es lograr aprender la actitud que necesita el paciente para curarse. Allí, estarán los pilares de la confianza, el reposo, la dedicación y la paciencia.
La segunda puerta la llamo LA DEL LENGUAJE PARA CURARSE.
Allí, deberemos recorrer el lenguaje que describe la realidad y aquel que crea la realidad. Las afirmaciones y las declaraciones. Estos pilares serán los desplazamientos de sentido y las condensaciones que hacemos con las palabras. Conoceremos el discurso de la enfermedad y el discurso del cáncer. También abordaremos los tres mandatos de la enfermedad.
La tercera puerta la llamo LOS INSTRUMENTOS DE CURACION.
Allí se desplegará la dimensión de lo mensurable. Aquello que el sujeto necesita como la materia que lo cura. Eso que llamaremos medicamento, tomografías, marcadores. Serán los testigos y los protagonistas objetivos de la curación.
Las tres puertas deben ser abiertas. El compromiso que ambos asumimos es no depositar en una de ellas el motivo de la cura. El trabajo terapéutico será el recorrido de los tres caminos que confluyen en un espacio que llamaremos el estado posible para vivir. Comenzaremos a olvidar la idealización que hemos hecho de la salud. La salida de la enfermedad no será la recuperación de un estado anterior sino el aprender a convivir con lo que la enfermedad nos ha dejado. Sus marcas, sus aprendizajes y sus imposibilidades.
Veamos una por una esas puertas y sepamos que hay detrás de ellas.
1ª PUERTA: LA ACTITUD DE CURACIÓN.
Esta puerta es muy difícil de abrir. Cuando alguien está enfermo, lo único que quiere es dejar de estarlo. La propuesta de tener una actitud determinada suele ser rechazada de plano. Es por eso que la llave es hacerle entender que él conoce esa actitud y que solo necesita recordarla. Siempre le proponemos el ejemplo del animal herido en la selva. Allí, sin que nadie se lo haya enseñado, el animal buscará un lugar que lo oculte de los predadores ya que herido es una presa fácil. Se arrastrará hasta un árbol porque el rocío de la noche sobre las hojas le permitirá beber algo de agua. No se preocupará por comer ni por escapar. Solo descansa y espera. Nosotros, conocemos esa actitud. Nuestro saber colectivo la ha utilizado millones de veces pero quizás el ejemplo más claro sea el dolor. Si alguien tiene dolor, se queda quieto. Es natural que lo haga. Si se rompe un hueso, solo se unirá con reposo. No hay drogas ni técnicas que superen o reemplacen a la quietud.
Es necesario entender la quietud no solo como descanso sino como confianza absoluta en que los mecanismos reparadores del cuerpo harán su trabajo. Nadie desconfía del poder del hueso en repararse. Nadie confía del poder del órgano en curar un cáncer. Debemos recuperar esa confianza. No poner obstáculos a los mecanismos reparadores naturales. El animal herido en la selva no lo hace. Nosotros, lo hacemos permanentemente.
Es claro que el período de reparación puede tener obstáculos. Y es maravilloso que la medicina haya logrado superar esos obstáculos con medicamentos y cirugías. Jamás renegaremos de ellos. Pero no debe confundirse la superación de un obstáculo con la curación de una enfermedad. Cuando un intestino obstruido, es operado se salva a la persona de un grave obstáculo. Pero no se la cura. Algunas veces, esa misma cirugía, en su afán de curación, va más allá de lo que debería y crea futuros problemas.
Otras veces, las masas presentes son tan grandes que operarlas es matar a la persona o dejarla con complicaciones irreversibles. Es aquí que la paciencia y la confianza deben actuar.
¿Qué sentido puede tener operar a una persona que tenga una masa alrededor del recto que toca su columna? Allí sería más prudente manejar el dolor y esperar. Y buscar las tres llaves para lograr la superación del problema.
Es así que la confianza se convierte en un aliado fundamental en el camino que abre esta puerta. No es la confianza en el médico ni en un medicamento. Es la confianza en la capacidad reparativa de la naturaleza que se ha puesto a prueba durante millones de años. Poner en actividad esa capacidad es parte del reposo. Pero el reposo no debe ser entendido solo como descanso. Es sobre todo, la idea de no confrontar, de no pelear ni con la enfermedad ni con la causa de la enfermedad. Esta actitud es quizás la más importante ya que se trata de una profunda aceptación de lo que pasa sin querer cambiarlo. Es evitar crear -el conflicto que trata de solucionar el conflicto-. Una persona enferma debe usar todas sus fuerzas en curarse y no puede gastarlas intentando transformar la realidad de los otros.
Aquí aparece la dedicación. Es una actitud especial en que el ser vivo se retira de la lucha y solo se dedica a curarse. Dormirá mucho más tiempo del habitual, se alimentará en forma liviana, no generará discusiones ni desencuentros. No los aceptará. Está dedicado a curarse. Como hace cualquier animalito enfermo. Solo se queda quieto, toma agua y recibe cariño. No intenta manipular a nadie con esa actitud. Su único objetivo es permitir la reparación del organismo.
Esta puerta a la que imaginamos una vez abierta como una serie de caminos que se enlazan con los caminos de las otras puertas, debe ser comprendida y respetada. Muchas personas creen que pueden no recorrer ese camino porque tienen aptitudes especiales que no los obligan a hacerlo. Sin embargo, todos deben entender que esas actitudes son las que ha creado la naturaleza para reparar los cuerpos exigidos más allá de su capacidad. Si se ha llegado al momento que la medicina llama enfermedad nadie puede dejar de sostenerse en esa reparación. Nadie está exento de tener que cumplir con esta obligación. Deberá retirarse de su trabajo habitual, de su rutina aprendida y de sus presiones en los vínculos. Deberá suspender compromisos y por sobre todas las cosas, deberá dejar de luchar aún para sanarse. Esta lucha por la curación, que mucha gente confunde con la dedicación como actitud curativa, debe ser reemplazada por la mansa espera (aún en medio de los obstáculos) acompañada por la presencia del médico que lo guiará para no cometer errores.
"Reposo, confianza, paciencia y dedicación son los cuatro caminos que se deben recorrer tras abrir la puerta de las actitudes para la curación".
2ª PUERTA: EL LENGUAJE DE LA CURACIÓN.
Esta segunda puerta tiene al abrirla, más que caminos, laberintos que se abren y se cierran. Veamos como se desarrollan.
1) la estructura del lenguaje. Aquí deberemos aprender que el lenguaje no es inocente. Que si bien existe un caminito florido que usa el lenguaje para describir la realidad, existe un laberinto tortuoso que crea realidades a través del lenguaje.
"Ni los pacientes ni los médicos toman conciencia de que juntos vienen creando realidades más que describiéndolas. El sociólogo Rafael Echeverría hace una interesante clasificación. Al lenguaje que describe la realidad objetiva lo llama lenguaje afirmativo. -Esto es un árbol- es verdadero y -ahora es de día- es falso. En la descripción de una realidad que colectivamente se ha aceptado, se mueven los conceptos objetivos de verdadero y falso. En cambio, cuando se usa el lenguaje para proponer una realidad, ya no para describirla, esta realidad se acepta o se rechaza. Este tipo de lenguaje se llama declarativo y ya no describe objetivamente lo que es verdad o falsedad sino lo que es válido o inválido. Lo determinante de este lenguaje es la autoridad que tiene quien lo utiliza".
Inicialmente existirían seis tipos de declaraciones:
1. sí,
2. no,
3. no se,
4. gracias,
5. perdón y
6. te quiero.
Todas ellas generan una realidad que hasta ese momento no existía.
La declaración que mas nos interesa recorrer es la que la medicina, o mejor dicho, la autoridad del médico propone al que lo consulta:
- "Usted señora, tiene cáncer. Aquí hay que investigar porque algo está pasando. Usted se sentirá bien, pero los análisis dicen lo contrario".
Estas declaraciones que se parecen al discurso de la histeria, son capaces de generar una realidad cuya consistencia es la enfermedad. Un ser humano que se siente igual que siempre, es diagnosticado con una masa en el pulmón por un hallazgo casual y a partir de allí, su realidad cambia.
Mucho más común, un hombre cuya vida no tiene sobresaltos, se le exige un control de un marcador de próstata y al evaluarlo elevado, se le punza el órgano y se lo lleva a una realidad cercana a la catástrofe. La declaración de enfermedad no parece ser de la dimensión de la verdad sino de la aceptación del discurso médico. Uno se pregunta si la realidad de la enfermedad puede crearse, si no existía ya antes de la aparición del diagnóstico y de la declaración del médico.
Lo que se crea, no es la masa tumoral, el dolor en las manos o la dificultad para quedar embarazada. Se crea un lenguaje sobre esos hechos que los convierten en sucesos de una realidad dramática. Pensemos en lo que dice Hamer. La masa tumoral, el dolor en las manos o la dificultad para quedar embarazada, son hechos que expresan dificultades biológicas o como él lo llama, programas especiales de la naturaleza.
A partir de conocer el mecanismo de estos programas (existencia de un conflicto, puesta en marcha de las conductas celulares para solucionarlo, alternancia de la simpaticotonía con la vagotonía y crisis epileptoidea de solución, presencia de micro organismos barrenderos y sentido de superación del conflicto),
- Hamer crea una realidad que no ignora ni la masa tumoral, ni el dolor ni la esterilidad. Por el contrario, las entiende de manera biológica y les propone una salida biológica.
- La realidad que crea el discurso médico es de presencia enemiga. Necesidad de destrucción y vuelta al estado anterior pero jamás dejar que el enemigo siga en el organismo.
La realidad que crea Hamer es la comprensión de esa presencia y la ayuda de su desarrollo para que luego de su superación la vida no sea la misma, sino que evolucione naturalmente. Tanto el discurso médico como el de Hamer declaran dos realidades distintas.
"Quienes le damos autoridad a Hamer, vivimos la enfermedad como un campo de aprendizaje. Quienes le dan autoridad al discurso médico, la viven como un campo de guerra".
En un momento dado, lo que Hamer dice puede llegar a convertirse en verdad y a partir de allí en realidad. Hasta ahora, los fundamentos no son considerados suficientes para aceptarlos. Es cuestión de tiempo. Pero mientras tanto, proponemos recorrer este camino de la estructura del lenguaje para ir desenredando las trampas que propone.
O el hígado, que vivencia que se queda sin reservas y genera células para depositar la mayor cantidad de alimentos.
O puede ser el estómago que vivencia que está entrando una realidad desagradable y se cierra.
O cualquier órgano que tenga una especial sensibilidad por causas hereditarias o por sucesos previos.
- Esa mujer-mi pareja- me destrozó el corazón...
- Este chico me va a traer un dolor de cabeza...
- No lo puedo digerir... (no lo "trago")
- Me cortaron la carrera...
- De esta situación no puedo escapar...
- No doy más...
El desplazamiento del sentido es lo que define el discurso de la enfermedad. Recorrer este camino es aprender a EVITAR declaraciones que se conviertan en afirmaciones.
3) Los tres mandatos. En nuestra teoría, los tres mandatos son tres lenguajes. Ellos son:
a) el de los órganos o mandato biológico: cada órgano o tejido, de acuerdo a su origen embrionario tiene determinadas exigencias que cumplir. El pulmón respirar, el intestino digerir y el páncreas elaborar jugos e insulina. Si se les exige más de lo que pueden hacer, lo denuncian a través de una conducta que va desde la inflamación hasta la degeneración celular. Esa conducta es el lenguaje que debemos aprender a escuchar para discernir la actitud curativa que se necesita. Si el pulmón se cierra, es que necesita aire puro y en el discurso de la enfermedad el aire puro se desplaza a todos los sentidos que se le puedan dar: no ver a determinada gente, no concurrir al trabajo, no sentir que otra persona lo asfixia. Conocer el lenguaje del órgano es transitar el camino del acto necesario para calmar la queja del órgano.
b) El de la familia o mandato familiar: es el lenguaje con el que ha sido recibido el ser vivo dentro de su clan. Esa recepción genera una respuesta adaptativa que se une al lenguaje del órgano y se expresan juntos. Una persona que sufre de tiroides habrá sido recibido por su clan con un lenguaje: no llegas a tiempo; no podrás ser primero en la vida. La respuesta de esa persona ante esa recepción será adaptarse a ella para compensarse y tratará de apurarse y arremeter en todos los actos de su vida. Eso se expresará en hipotiroidismo ya que el lenguaje del órgano tiroides es apurar el metabolismo. Conocer el lenguaje familiar será desarmarlo parta no verse obligado a exigir a un órgano.
c) El generacional o mandato social: son los valores universales que se trasladan de generación a generación para sostener la continuidad de la vida humana. En el caso de la tiroides, el mandato social es -los anteriores tienen más derecho que los posteriores- y se refiere a la necesidad de proteger a los viejos para que no sean eliminados por los jóvenes y así puedan transmitir los valores y las instituciones que se consideran útiles. Este lenguaje junto con el familiar y el social, construyen un discurso que al conocerlo, nos permitirá contestarlo adecuadamente para no exigir una función y provocar lo que aún llamamos enfermedad. En el caso de la tiroides, el discurso será: -debo apurarme + mis hijos no me ayudan-. La vivencia de impotencia construye una frase que exige al órgano a dar más y elabora nódulos. Habrá que aprender a contestar esa frase con otra; por ejemplo: -debo aceptar el tiempo de los demás sin exigir que cambien-.
Como vemos, la puerta del lenguaje de la curación es compleja pero fascinante. Hay mucho que decir sobre ella y mucho que trabajar.
3ª PUERTA: LOS INSTRUMENTOS.
Esta tercera puerta a recorrer es la de los instrumentos. Al entrar en ella, veremos desplegada multitud de caminos, algunos muy angostos y otros muy amplios. Aquí el papel del que la recorre no es pasivo. Podría pensarse que el paciente solo tiene que tomar el medicamento o someterse a la cirugía. Que todo depende del médico y que uno solo puede prestar su cuerpo a lo que el médico decide que hacer.
Sin embargo, nos olvidamos de algo. Cuando alguien está enfermo debe pensar a quien le va a pedir ayuda. Si va al cirujano, no puede pretender otra cosa que una cirugía. Si va al homeópata, que no espere un examen médico minucioso de sus órganos. La elección del médico no es inocente. Uno no puede escudarse solamente en lo que el sistema ofrece. Hasta cuando va a comprar carne, se esfuerza en hacer un recorrido de distintas carnicerías (vale la comparación) pero en cuanto a la elección de un médico parece que todo pasa por los que figuran en la cartilla. Ni es así ni debe ser así. La sociedad debe pedir y exigir la posibilidad de las distintas alternativas. Al fin de cuentas se trata de una elección de vida. No es inocente. Además el paciente debe aprender a informarse como lo hace en todos los niveles de su vida. Como lo hace al irse de vacaciones o elegir un diputado. Si no lo hace, su responsabilidad queda reducida a cero.
Los instrumentos médicos se refieren a la elección que hace el paciente de que elementos lo ayudarán a su recuperación. No es lo único que importa pero es lo mensurable, lo objetivo. Aquello a lo que el sistema atribuye la curación. Es nuestro objetivo hacer tomar conciencia que el medicamento o la cirugía muy pocas veces son curativos. Casi siempre son paliativos ya que si no se recorren las tres puertas juntas, la enfermedad retorna invariablemente.
Esa conciencia será la que ayude a crear nuevos instrumentos que no sean tan cruentos como muchos de los actuales.
Las tres puertas nos invitan a abrirlas y recorrerlas. Lo que siempre se consideró una desdichada situación pasa a ser una fascinante posibilidad de conocerse y transformarse. Está en nosotros elegir cualquiera de las dos opciones.
Fuente: http://www.aamepsi.com.ar/index.cgi?wid_seccion=3&wid_item=87
La primera puerta la llamo LA ACTITUD DE CURACION.
En ella el camino a desarrollar es lograr aprender la actitud que necesita el paciente para curarse. Allí, estarán los pilares de la confianza, el reposo, la dedicación y la paciencia.
La segunda puerta la llamo LA DEL LENGUAJE PARA CURARSE.
Allí, deberemos recorrer el lenguaje que describe la realidad y aquel que crea la realidad. Las afirmaciones y las declaraciones. Estos pilares serán los desplazamientos de sentido y las condensaciones que hacemos con las palabras. Conoceremos el discurso de la enfermedad y el discurso del cáncer. También abordaremos los tres mandatos de la enfermedad.
La tercera puerta la llamo LOS INSTRUMENTOS DE CURACION.
Allí se desplegará la dimensión de lo mensurable. Aquello que el sujeto necesita como la materia que lo cura. Eso que llamaremos medicamento, tomografías, marcadores. Serán los testigos y los protagonistas objetivos de la curación.
Las tres puertas deben ser abiertas. El compromiso que ambos asumimos es no depositar en una de ellas el motivo de la cura. El trabajo terapéutico será el recorrido de los tres caminos que confluyen en un espacio que llamaremos el estado posible para vivir. Comenzaremos a olvidar la idealización que hemos hecho de la salud. La salida de la enfermedad no será la recuperación de un estado anterior sino el aprender a convivir con lo que la enfermedad nos ha dejado. Sus marcas, sus aprendizajes y sus imposibilidades.
Veamos una por una esas puertas y sepamos que hay detrás de ellas.
1ª PUERTA: LA ACTITUD DE CURACIÓN.
Esta puerta es muy difícil de abrir. Cuando alguien está enfermo, lo único que quiere es dejar de estarlo. La propuesta de tener una actitud determinada suele ser rechazada de plano. Es por eso que la llave es hacerle entender que él conoce esa actitud y que solo necesita recordarla. Siempre le proponemos el ejemplo del animal herido en la selva. Allí, sin que nadie se lo haya enseñado, el animal buscará un lugar que lo oculte de los predadores ya que herido es una presa fácil. Se arrastrará hasta un árbol porque el rocío de la noche sobre las hojas le permitirá beber algo de agua. No se preocupará por comer ni por escapar. Solo descansa y espera. Nosotros, conocemos esa actitud. Nuestro saber colectivo la ha utilizado millones de veces pero quizás el ejemplo más claro sea el dolor. Si alguien tiene dolor, se queda quieto. Es natural que lo haga. Si se rompe un hueso, solo se unirá con reposo. No hay drogas ni técnicas que superen o reemplacen a la quietud.
Es necesario entender la quietud no solo como descanso sino como confianza absoluta en que los mecanismos reparadores del cuerpo harán su trabajo. Nadie desconfía del poder del hueso en repararse. Nadie confía del poder del órgano en curar un cáncer. Debemos recuperar esa confianza. No poner obstáculos a los mecanismos reparadores naturales. El animal herido en la selva no lo hace. Nosotros, lo hacemos permanentemente.
Es claro que el período de reparación puede tener obstáculos. Y es maravilloso que la medicina haya logrado superar esos obstáculos con medicamentos y cirugías. Jamás renegaremos de ellos. Pero no debe confundirse la superación de un obstáculo con la curación de una enfermedad. Cuando un intestino obstruido, es operado se salva a la persona de un grave obstáculo. Pero no se la cura. Algunas veces, esa misma cirugía, en su afán de curación, va más allá de lo que debería y crea futuros problemas.
Otras veces, las masas presentes son tan grandes que operarlas es matar a la persona o dejarla con complicaciones irreversibles. Es aquí que la paciencia y la confianza deben actuar.
¿Qué sentido puede tener operar a una persona que tenga una masa alrededor del recto que toca su columna? Allí sería más prudente manejar el dolor y esperar. Y buscar las tres llaves para lograr la superación del problema.
Es así que la confianza se convierte en un aliado fundamental en el camino que abre esta puerta. No es la confianza en el médico ni en un medicamento. Es la confianza en la capacidad reparativa de la naturaleza que se ha puesto a prueba durante millones de años. Poner en actividad esa capacidad es parte del reposo. Pero el reposo no debe ser entendido solo como descanso. Es sobre todo, la idea de no confrontar, de no pelear ni con la enfermedad ni con la causa de la enfermedad. Esta actitud es quizás la más importante ya que se trata de una profunda aceptación de lo que pasa sin querer cambiarlo. Es evitar crear -el conflicto que trata de solucionar el conflicto-. Una persona enferma debe usar todas sus fuerzas en curarse y no puede gastarlas intentando transformar la realidad de los otros.
Aquí aparece la dedicación. Es una actitud especial en que el ser vivo se retira de la lucha y solo se dedica a curarse. Dormirá mucho más tiempo del habitual, se alimentará en forma liviana, no generará discusiones ni desencuentros. No los aceptará. Está dedicado a curarse. Como hace cualquier animalito enfermo. Solo se queda quieto, toma agua y recibe cariño. No intenta manipular a nadie con esa actitud. Su único objetivo es permitir la reparación del organismo.
Esta puerta a la que imaginamos una vez abierta como una serie de caminos que se enlazan con los caminos de las otras puertas, debe ser comprendida y respetada. Muchas personas creen que pueden no recorrer ese camino porque tienen aptitudes especiales que no los obligan a hacerlo. Sin embargo, todos deben entender que esas actitudes son las que ha creado la naturaleza para reparar los cuerpos exigidos más allá de su capacidad. Si se ha llegado al momento que la medicina llama enfermedad nadie puede dejar de sostenerse en esa reparación. Nadie está exento de tener que cumplir con esta obligación. Deberá retirarse de su trabajo habitual, de su rutina aprendida y de sus presiones en los vínculos. Deberá suspender compromisos y por sobre todas las cosas, deberá dejar de luchar aún para sanarse. Esta lucha por la curación, que mucha gente confunde con la dedicación como actitud curativa, debe ser reemplazada por la mansa espera (aún en medio de los obstáculos) acompañada por la presencia del médico que lo guiará para no cometer errores.
"Reposo, confianza, paciencia y dedicación son los cuatro caminos que se deben recorrer tras abrir la puerta de las actitudes para la curación".
2ª PUERTA: EL LENGUAJE DE LA CURACIÓN.
Esta segunda puerta tiene al abrirla, más que caminos, laberintos que se abren y se cierran. Veamos como se desarrollan.
1) la estructura del lenguaje. Aquí deberemos aprender que el lenguaje no es inocente. Que si bien existe un caminito florido que usa el lenguaje para describir la realidad, existe un laberinto tortuoso que crea realidades a través del lenguaje.
"Ni los pacientes ni los médicos toman conciencia de que juntos vienen creando realidades más que describiéndolas. El sociólogo Rafael Echeverría hace una interesante clasificación. Al lenguaje que describe la realidad objetiva lo llama lenguaje afirmativo. -Esto es un árbol- es verdadero y -ahora es de día- es falso. En la descripción de una realidad que colectivamente se ha aceptado, se mueven los conceptos objetivos de verdadero y falso. En cambio, cuando se usa el lenguaje para proponer una realidad, ya no para describirla, esta realidad se acepta o se rechaza. Este tipo de lenguaje se llama declarativo y ya no describe objetivamente lo que es verdad o falsedad sino lo que es válido o inválido. Lo determinante de este lenguaje es la autoridad que tiene quien lo utiliza".
Inicialmente existirían seis tipos de declaraciones:
1. sí,
2. no,
3. no se,
4. gracias,
5. perdón y
6. te quiero.
Todas ellas generan una realidad que hasta ese momento no existía.
La declaración que mas nos interesa recorrer es la que la medicina, o mejor dicho, la autoridad del médico propone al que lo consulta:
- "Usted señora, tiene cáncer. Aquí hay que investigar porque algo está pasando. Usted se sentirá bien, pero los análisis dicen lo contrario".
Estas declaraciones que se parecen al discurso de la histeria, son capaces de generar una realidad cuya consistencia es la enfermedad. Un ser humano que se siente igual que siempre, es diagnosticado con una masa en el pulmón por un hallazgo casual y a partir de allí, su realidad cambia.
Mucho más común, un hombre cuya vida no tiene sobresaltos, se le exige un control de un marcador de próstata y al evaluarlo elevado, se le punza el órgano y se lo lleva a una realidad cercana a la catástrofe. La declaración de enfermedad no parece ser de la dimensión de la verdad sino de la aceptación del discurso médico. Uno se pregunta si la realidad de la enfermedad puede crearse, si no existía ya antes de la aparición del diagnóstico y de la declaración del médico.
Lo que se crea, no es la masa tumoral, el dolor en las manos o la dificultad para quedar embarazada. Se crea un lenguaje sobre esos hechos que los convierten en sucesos de una realidad dramática. Pensemos en lo que dice Hamer. La masa tumoral, el dolor en las manos o la dificultad para quedar embarazada, son hechos que expresan dificultades biológicas o como él lo llama, programas especiales de la naturaleza.
A partir de conocer el mecanismo de estos programas (existencia de un conflicto, puesta en marcha de las conductas celulares para solucionarlo, alternancia de la simpaticotonía con la vagotonía y crisis epileptoidea de solución, presencia de micro organismos barrenderos y sentido de superación del conflicto),
- Hamer crea una realidad que no ignora ni la masa tumoral, ni el dolor ni la esterilidad. Por el contrario, las entiende de manera biológica y les propone una salida biológica.
- La realidad que crea el discurso médico es de presencia enemiga. Necesidad de destrucción y vuelta al estado anterior pero jamás dejar que el enemigo siga en el organismo.
La realidad que crea Hamer es la comprensión de esa presencia y la ayuda de su desarrollo para que luego de su superación la vida no sea la misma, sino que evolucione naturalmente. Tanto el discurso médico como el de Hamer declaran dos realidades distintas.
"Quienes le damos autoridad a Hamer, vivimos la enfermedad como un campo de aprendizaje. Quienes le dan autoridad al discurso médico, la viven como un campo de guerra".
En un momento dado, lo que Hamer dice puede llegar a convertirse en verdad y a partir de allí en realidad. Hasta ahora, los fundamentos no son considerados suficientes para aceptarlos. Es cuestión de tiempo. Pero mientras tanto, proponemos recorrer este camino de la estructura del lenguaje para ir desenredando las trampas que propone.
2) Los discursos de la enfermedad. Así hemos llamado en nuestra teoría a la anulación o suspensión de los distintos significados que la relación entre un hecho y la respuesta a ese hecho genera. Un ejemplo será la vivencia que cualquier persona puede tener de un robo. Hay multitud de sentidos que ese hecho puede despertar. Sentirse despojado, burlado, quedarse sin nada, querer agredir al ladrón, denunciar al sistema que lo permite, sentir el abandono de la sociedad, quedarse paralizado, gritar, correr y muchos más. Todos ellos son vivencias, actos, respuestas posibles ante un hecho. Para que exista enfermedad, se tienen que suspender absolutamente todas esas respuestas posibles y emerger como única presencia la respuesta que el órgano produce, es decir la respuesta biológica. La intensidad del hecho hace imposible una respuesta analítica, discriminativa de mi psiquis. Toda la tensión del hecho se deposita en un órgano que se encarga de interpretar el hecho con su pensamiento biológico.
Ese órgano puede ser el pulmón que vivencia la falta de aire y elabora células propias para lograr captar más aire. O el hígado, que vivencia que se queda sin reservas y genera células para depositar la mayor cantidad de alimentos.
O puede ser el estómago que vivencia que está entrando una realidad desagradable y se cierra.
O cualquier órgano que tenga una especial sensibilidad por causas hereditarias o por sucesos previos.
El discurso de la enfermedad es el desplazamiento del significado de convivencia al significado de supervivencia. En lugar de enojarme, agredir o correr, dejo que mi órgano lo haga por mi. El discurso de la enfermedad es el reemplazo de mi habitual lenguaje por el lenguaje del órgano.
Sin que existan sucesos tan dramáticos este desplazamiento ocurre frecuentemente por el uso del lenguaje orgánico:- Esa mujer-mi pareja- me destrozó el corazón...
- Este chico me va a traer un dolor de cabeza...
- No lo puedo digerir... (no lo "trago")
- Me cortaron la carrera...
- De esta situación no puedo escapar...
- No doy más...
El desplazamiento del sentido es lo que define el discurso de la enfermedad. Recorrer este camino es aprender a EVITAR declaraciones que se conviertan en afirmaciones.
3) Los tres mandatos. En nuestra teoría, los tres mandatos son tres lenguajes. Ellos son:
a) el de los órganos o mandato biológico: cada órgano o tejido, de acuerdo a su origen embrionario tiene determinadas exigencias que cumplir. El pulmón respirar, el intestino digerir y el páncreas elaborar jugos e insulina. Si se les exige más de lo que pueden hacer, lo denuncian a través de una conducta que va desde la inflamación hasta la degeneración celular. Esa conducta es el lenguaje que debemos aprender a escuchar para discernir la actitud curativa que se necesita. Si el pulmón se cierra, es que necesita aire puro y en el discurso de la enfermedad el aire puro se desplaza a todos los sentidos que se le puedan dar: no ver a determinada gente, no concurrir al trabajo, no sentir que otra persona lo asfixia. Conocer el lenguaje del órgano es transitar el camino del acto necesario para calmar la queja del órgano.
b) El de la familia o mandato familiar: es el lenguaje con el que ha sido recibido el ser vivo dentro de su clan. Esa recepción genera una respuesta adaptativa que se une al lenguaje del órgano y se expresan juntos. Una persona que sufre de tiroides habrá sido recibido por su clan con un lenguaje: no llegas a tiempo; no podrás ser primero en la vida. La respuesta de esa persona ante esa recepción será adaptarse a ella para compensarse y tratará de apurarse y arremeter en todos los actos de su vida. Eso se expresará en hipotiroidismo ya que el lenguaje del órgano tiroides es apurar el metabolismo. Conocer el lenguaje familiar será desarmarlo parta no verse obligado a exigir a un órgano.
c) El generacional o mandato social: son los valores universales que se trasladan de generación a generación para sostener la continuidad de la vida humana. En el caso de la tiroides, el mandato social es -los anteriores tienen más derecho que los posteriores- y se refiere a la necesidad de proteger a los viejos para que no sean eliminados por los jóvenes y así puedan transmitir los valores y las instituciones que se consideran útiles. Este lenguaje junto con el familiar y el social, construyen un discurso que al conocerlo, nos permitirá contestarlo adecuadamente para no exigir una función y provocar lo que aún llamamos enfermedad. En el caso de la tiroides, el discurso será: -debo apurarme + mis hijos no me ayudan-. La vivencia de impotencia construye una frase que exige al órgano a dar más y elabora nódulos. Habrá que aprender a contestar esa frase con otra; por ejemplo: -debo aceptar el tiempo de los demás sin exigir que cambien-.
Como vemos, la puerta del lenguaje de la curación es compleja pero fascinante. Hay mucho que decir sobre ella y mucho que trabajar.
3ª PUERTA: LOS INSTRUMENTOS.
Esta tercera puerta a recorrer es la de los instrumentos. Al entrar en ella, veremos desplegada multitud de caminos, algunos muy angostos y otros muy amplios. Aquí el papel del que la recorre no es pasivo. Podría pensarse que el paciente solo tiene que tomar el medicamento o someterse a la cirugía. Que todo depende del médico y que uno solo puede prestar su cuerpo a lo que el médico decide que hacer.
Sin embargo, nos olvidamos de algo. Cuando alguien está enfermo debe pensar a quien le va a pedir ayuda. Si va al cirujano, no puede pretender otra cosa que una cirugía. Si va al homeópata, que no espere un examen médico minucioso de sus órganos. La elección del médico no es inocente. Uno no puede escudarse solamente en lo que el sistema ofrece. Hasta cuando va a comprar carne, se esfuerza en hacer un recorrido de distintas carnicerías (vale la comparación) pero en cuanto a la elección de un médico parece que todo pasa por los que figuran en la cartilla. Ni es así ni debe ser así. La sociedad debe pedir y exigir la posibilidad de las distintas alternativas. Al fin de cuentas se trata de una elección de vida. No es inocente. Además el paciente debe aprender a informarse como lo hace en todos los niveles de su vida. Como lo hace al irse de vacaciones o elegir un diputado. Si no lo hace, su responsabilidad queda reducida a cero.
Los instrumentos médicos se refieren a la elección que hace el paciente de que elementos lo ayudarán a su recuperación. No es lo único que importa pero es lo mensurable, lo objetivo. Aquello a lo que el sistema atribuye la curación. Es nuestro objetivo hacer tomar conciencia que el medicamento o la cirugía muy pocas veces son curativos. Casi siempre son paliativos ya que si no se recorren las tres puertas juntas, la enfermedad retorna invariablemente.
Esa conciencia será la que ayude a crear nuevos instrumentos que no sean tan cruentos como muchos de los actuales.
Las tres puertas nos invitan a abrirlas y recorrerlas. Lo que siempre se consideró una desdichada situación pasa a ser una fascinante posibilidad de conocerse y transformarse. Está en nosotros elegir cualquiera de las dos opciones.
Fuente: http://www.aamepsi.com.ar/index.cgi?wid_seccion=3&wid_item=87
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